Comentario
El período histórico que se abrió a mediados de los años cincuenta en China puso al socialismo en debate y fue decisivo en su trayectoria histórica. No fue, en cambio, el más espectacular, sobre todo en la percepción de los observadores inmediatos que lo contemplaron desde fuera con una información que casi siempre resultó incompleta, pero sí resulta uno de los más cruciales en lo que supuso de novedad con respecto al pasado. Lo que se jugó en él fue, desde luego, si aplicar o no el modelo soviético, que hasta entonces había sido objeto de admiración y de copia por parte de los comunistas de todo el mundo. Pero, junto al planteamiento de esta cuestión, hubo también muchas otras, a menudo relacionadas mucho más con el talante de cada uno de los miembros de la dirección del Partido Comunista chino que con definiciones programáticas o ideológicas. En efecto, las soluciones aplicadas ante problemas concretos por cada dirigente a menudo fueron cambiando sin que, al mismo tiempo, las diferencias apreciadas recibieran una traducción ideológica o programática. La ruptura con el pasado fue todavía más decisiva teniendo en cuenta el conjunto de las consecuencias que tuvo el rumbo impuesto a la evolución política, económica y social. La revolución comunista china había sido también, en gran medida, una revolución nacional y, como tal, tuvo un considerable prestigio entre los medios intelectuales y una parte de las clases medias o burguesas.
Ahora, a partir de este período, ese capital se dilapidó y, además, se rompió la unidad que siempre había caracterizado a la clase dirigente revolucionaria. La cúpula comunista apareció dubitativa y fragmentada en cuanto al rumbo a seguir. Por vez primera se cuestionó, aunque en la práctica más que de un modo que llevara a la configuración de verdaderas tendencias, la unidad habitualmente consagrada alrededor de Mao.
El primer "Salto Adelante", denominación que sirve para describir el proceso desencadenado a partir de este momento, se produjo a partir del verano de 1955 y hasta el verano de 1956 y consistió en un brutal movimiento de colectivización rural. En su origen estuvo, como siempre en la Historia de la China comunista, una decisión personal del dirigente supremo. Mao recordó que en el Partido Comunista chino ponían en cuestión la rapidez del proceso de colectivización sucedido en la URSS para que lo tomaran como ejemplo. En realidad, el propio Mao era uno de los dirigentes del comunismo chino menos propicio a identificarse en exclusiva con el modelo soviético. Además, la realidad china era muy distinta de la rusa: mientras que en la URSS podía considerarse que existía una sobreproducción agrícola que podía ser incautada en beneficio de un desarrollo industrial, éste no fue nunca el caso de China. Además, en ésta la afiliación al Partido Comunista era fundamentalmente rural y no urbana como en la URSS. Aun así la argumentación empleada por Mao testimonia que se seguía apoyando en el modelo de siempre.
La cooperativización, llevada a cabo en tan sólo esos doce meses, parece haber tenido lugar sin excesivas resistencias por parte de los campesinos. Mao, siempre hábil en la lucha intrapartidista, se había apoyado en determinados elementos provinciales contra la dirección del partido para lanzar su campaña pero, en realidad, no había tenido dificultades serias con ella: hasta Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, quienes fueron considerados luego como dirigentes moderados y poco propicios al radicalismo, se alinearon con él. En 1957, el 99% de la producción había pasado ya a poder del Estado.
Pero antes se habían producido ya dos hechos importantes que contribuyen a explicar el posterior desarrollo de los acontecimientos. En la primavera de 1956 las autoridades lanzaron lo que denominaron como una campaña de "consolidación". La voluntad de la dirección y del propio Mao parece haber sido hacer una pausa para restablecer la confianza de aquellos sectores que habían apoyado inicialmente una revolución de carácter exclusivamente nacional. De ahí el llamamiento a los intelectuales y la voluntad, expresada por Mao, de que "brotaran cien flores y cien escuelas rivalizaran" entre sí en una China sometida a una rígida dictadura totalitaria. En realidad, Mao pensaba que los "contrarrevolucionarios" eran ya muy pocos y que, por lo tanto, el peligro nacido de esta "liberalización" resultaría muy modesto.
Fueron los momentos en que existió un mayor grado de libertad de prensa y de expresión en la China desde el triunfo de la revolución. En un principio las críticas surgidas como consecuencia de este movimiento fueron tímidas y el resultado de las mismas no pasó de intrascendente. Pero con el paso del tiempo la repetición de las mismas facilitó un amplio movimiento de malestar social que acabaría por tener repercusiones políticas.
Por otro lado, y al mismo tiempo, la celebración en septiembre de 1956 del VIII Congreso del PCC supuso que, en términos relativos, Mao perdiera relevancia en la dirección del partido. Ésta empezaba ya a envejecer y, procedente del interior de China, no tenía ninguna experiencia acerca de una economía moderna, lo que explica sus numerosos errores en este momento y en otros posteriores. Ahora la unanimidad en torno a Mao parece haberse quebrado y el conjunto de la clase dirigente parece haber estado dispuesta a disputarle su papel hegemónico. El poder de Mao disminuyó en el partido porque apareció la figura de un secretario general y porque, además, en adelante, habría cuatro vicepresidentes que le descargaron de sus competencias.
Esta solapada forma de disminuir su poder encontró una inmediata resistencia en el líder del comunismo chino. Mao inmediatamente se lanzó a una nueva ofensiva convirtiendo lo que era una campaña de "liberalización", con la mención de las cien flores y escuelas, en otra de crítica en contra de una parte de las autoridades del partido. Así, se produjo una auténtica explosión persecutoria en contra de supuestos o reales adversarios durante la primavera del 1957. Sólo tuvieron lugar incidentes graves en algunas Universidades en donde el Partido Comunista llegó a perder el control de la situación por la resistencia de aquéllos a los que antes se había dado la sensación que la "liberalización" era ortodoxa.
En junio-julio de 1957 se crearon por toda China unos "Comités de lucha antiderechista" con el propósito de que dirigieran y pusieran en práctica una purga general. No hubo grandes procesos ni tampoco ejecuciones masivas pero unos 400.000 "derechistas" fueron enviados al mundo rural a trabajar. Las profesiones jurídicas y los estudiantes -por ejemplo, el 10% de los que residían en Pekín- fueron los más afectados por este proceso depurativo. De esta manera la revolución comunista rompió con uno de sus aliados originales, el mundo intelectual. Además, en el contexto de esta purga, el partido quedó dividido sobre problemas esenciales: el papel del mismo en la elaboración de la política, el ritmo y la amplitud de la socialización y la definición de los actores del desarrollo económico.
A partir de estos presupuestos se inició en 1958 lo que fue denominado como el "Gran Salto Adelante" que concluyó en un tremendo fracaso que sufrieron millones de chinos. A partir de este año se puede decir que el maoísmo se instaló de forma definitiva en el poder político y la Historia china se rigió, casi exclusivamente, a partir de sus impulsos y sus fracasos, sin que el resto de la clase dirigente del partido pudiera reaccionar para moderar o cambiar su rumbo sino después de que éste hubiera probado lo desastroso que podía llegar a ser. El primero de estos impulsos fue el más costoso en vidas humanas: se trató del "Gran Salto Adelante", una campaña de comunistización y de productividad de una intensidad inusitada que acabó con una hambruna de magnitud espectacular y que desde el invierno de 1960 necesitó que se produjera una rectificación. Fue "una de las aventuras más delirantes de la época contemporánea" de la que, además, apenas si se tuvo conciencia en el momento de producirse por la sencilla razón de que el desastre cayó sobre las espaldas de millones de campesinos que no escribían memorias ni el Estado hubiera dejado que se publicaran. Sus resultados fueron mucho peores que los de la "revolución cultural" a pesar de que, en lo que respecta a ésta, tengamos más datos por haberse desarrollado en el medio urbano. Ha sido necesario examinar de forma detallada las estadísticas de población -que durante años ni siquiera fueron hechas públicas- para poder apreciar el resultado.
Es muy posible que las consecuencias del "Pequeño Salto Adelante" ya hubieran sido negativas como parece probar la disminución de la producción y el sacrificio del ganado. Pero nada importó porque en el origen de la nueva política hubo nada más ni menos que un problema de poder aderezado por un componente ideológico entre totalitario e ignorante. El mal ambiente social de los años 1956 y 1957 contribuye a explicar el estilo movilizador, casi militar, por cuya pendiente se lanzó el partido siguiendo las consignas de Mao. Éste se sintió afectado por la situación y eso explica también una reacción característica: como siempre, antes y después, pretendió que la movilización popular era el procedimiento de solución de todos los problemas. Quizá la existencia de un segundo de a bordo en el partido, Liu Shaoqi, le hizo, además, temer por su poder. Como quiera que sea, se lanzó por una senda frenética sin tener en cuenta, siquiera, las consecuencias más previsibles. La movilización popular, completa y absoluta, tenía la incumplible pretensión de conseguir superar en el campo económico en el plazo de tres años a Gran Bretaña y a Estados Unidos en quince. La divisa, constantemente repetida, fue producir "más, más rápido, mejor y más económicamente". Esta política económica, en realidad, más que ver con el marxismo parece propia del milenarismo populista característico de la cultura china. Por supuesto, se basaba en un absoluto desconocimiento de lo que es la realidad económica.
El "Gran Salto Adelante" empezó por una purga que tuvo como resultado numerosas ejecuciones y al menos 30.000 castigados enviando a los supuestos culpables a campos de concentración. Entre el 8 y el 9% de los cuadros del partido fue purgado y expulsado. El segundo paso consistió, en segundo lugar, en la creación de "comunas populares". Fueron enormes puesto que concentraban, cada una de ellas, casi 5.000 familias; parece que el contacto entre hombres y mujeres estaba estrictamente reglado a fechas precisas. El propósito que las guiaba era conseguir la máxima producción en un plazo muy corto de tiempo. Pero los propósitos de los dirigentes chinos no se limitaron al campo agrícola sino que también se trasladaron al industrial. El punto álgido del "gran salto adelante" se alcanzó en el momento en que se pretendió crear toda una red de pequeños altos hornos rurales destinados a producir acero a partir de cualquier pedazo de metal.
De este modo se llegó a resultados cómicos o incluso delirantes que no hubieran sido tan graves de no ser por el impacto que, desgraciadamente, tuvieron sobre millones de seres humanos. En materia agrícola, siguiendo las tesis de Lyssenko, se pretendió hacer posibles los cruces entre algodón y tomate para producir algodón rojo; se defendieron y llevaron a la práctica operaciones ridículas o perniciosas como el "cultivo profundo" de la tierra o la eliminación de los pájaros. Respecto a la industria se fomentó la dedicación de los campesinos a producir cualquier tipo de metal inservible abandonando los cultivos y fabricando automóviles de madera con el solo objeto de dedicar todos los recursos metálicos a aumentar la producción.
El año 1958 presenció una especie de delirio compulsivo en toda China, pero lo más característico del "gran salto adelante" fue que se prolongó hasta el invierno de 1960, mucho después de que los resultados catastróficos de la política seguida fueran por completo evidentes. En parte se explica por razones circunstanciales: la cosecha de 1958 fue excepcionalmente elevada y los dirigentes creyeron que se había producido un cambio tal que era posible autorizar cualquier consumo sin almacenar para un futuro menos próspero. Eso explica que los campesinos fueran dedicados a producir acero. Pero, además, un régimen totalitario, basado en una obsesión ideológica, fue incapaz tomar en cuenta las realidades evidentes que estaban produciéndose como consecuencia de sus propias decisiones absurdas. Las protestas o incluso las puras descripciones de una realidad menos grata que la que inventaba la propaganda oficial fueron consideradas como maniobras derechistas.
Las primeras llamadas de atención en el seno de la clase dirigente procedieron de Peng Dehuai, un mariscal que aseguró, a comienzos de 1959, que si los campesinos chinos no fueran excelentes hubiera tenido lugar en China un incidente "reaccionario" a la húngara. Relacionado con los soviéticos, este alto mando militar parece haber sido partidario de una profesionalización del Ejército lograda con apoyo de material soviético, factor éste que, sin duda, puede haber contribuido a su posterior defenestración. En la conferencia de Lushan -abril de 1959- Mao le atacó con dureza identificándolo con el supuesto "revisionismo" de Kruschev. Eso tuvo como consecuencia que fuera reemplazado por Lin Biao, como ministro de Defensa, rompiendo con lo que había sido una regla no escrita de los debates en el seno del Partido Comunista chino, es decir, que todas las opiniones podían ser mantenidas sin peligro para la carrera política de quien las emitiera. Todavía en 1959 Mao estaba convencido de que la producción agrícola crecía y en 1960 pretendió que a fin de siglo China produciría una tonelada de acero por habitante.
Pero al final la realidad se impuso, aunque de forma diferente según quien fuera el dirigente que la percibiera. Liu Shaoqi, por ejemplo, llegó a decir que el 70% de lo que había sucedido había sido causado por las decisiones erróneas de quienes ejercían el poder, mientras que Mao, sin embargo, interpretó como culpables del desastre a la traición de la URSS y de parte de sus colaboradores. Aunque por el momento desapareció del primer plano de la política e incluso sufrió una fuerte depresión, no cambió de actitud de fondo y se mantuvo en reserva preparándose para una reacción que, en efecto, se llevó a cabo a mediados de los años sesenta.
Pero a pesar de que ésa fuera su actitud, el "Gran Salto Adelante" dejó una huella muy profunda y muy negativa en la sociedad china. Como ya se ha dicho, pocos lo supieron en aquellos momentos. A pesar de que los soviéticos lo conocieron, ni siquiera ellos denunciaron lo sucedido sino después, cuando tuvo lugar la ruptura de las relaciones diplomáticas. El hambre se había enseñoreado de toda China y, aunque este país tenía una larga experiencia en hambrunas, ésta fue la primera que una de ellas resultó ser el producto de decisiones de seres humanos, principalmente del propio Mao. Sin duda, las catástrofes naturales contribuyeron de manera importante al resultado -las cosechas de 1959 y 1960 fueron especialmente malas- pero la causa más importante reside en la imposición de un esquema ideológico a la realidad económica.
El hambre fue especialmente importante en las zonas rurales, incluso en algunas de las más ricas, mientras que las urbanas dispusieron de sistemas de racionamiento más o menos efectivos. Algunos datos que fueron revelados mucho tiempo después pueden dar idea de lo ocurrido. Decenas de millares de personas -quizá 250.000- huyeron del hambre hacia Hong Kong, cuando ya había pasado lo peor, en 1962. Unas 750.000 abandonaron Shangai como consecuencia del hambre. Durante un decenio no se publicaron estadísticas en China por temor a que se transparentara lo realmente sucedido y sólo en 1979 llegó a revelar el PCC lo sucedido, pero ni siquiera en detalle.
En 1962, el Panchen Lama del Tíbet acusó a los dirigentes chinos de haber producido un auténtico genocidio en su país en donde pudo morir uno de cada cinco habitantes. En total, el número de muertos pudo haber sido entre 14 y 40 millones, siendo la cifra que proporciona el estudio más pormenorizado 30 millones y el número de no nacidos como consecuencia del hambre pudo ser equivalente a esta última cifra. Hay que tener en cuenta que el hambre tuvo como consecuencia que no fueran infrecuentes los casos de mujeres que no menstruaban o, incluso, los casos de canibalismo.
La magnitud del desastre también se puede constatar haciendo mención a los niveles de producción. Sólo en 1965 se llegó a recuperar las cifras de 1957 en el campo agrícola pero la producción de grano per cápita no se volvió a alcanzar sino en 1976. En los peores años del "Gran Salto Adelante" la producción agrícola experimentó un descenso del 25%, la de trigo un 40% y los productos textiles todavía más. En general, se puede decir que la economía china perdió entre cinco y diez años. Un historiador ha comparado lo sucedido en China en esta ocasión con otras hambrunas nacidas de un proceso revolucionario, como la de Ukrania soviética durante los años de la colectivización. El porcentaje de la población fallecida fue superior en el caso de China por lo que bien puede concluirse que a Mao le corresponde el dudoso privilegio de haber sido el mayor asesino de la Historia.
Entre 1961 y 1962 se produjo, más por la decisión de la mayoría de la clase dirigente del comunismo chino que por la de Mao, una retirada hacia una política económica menos delirante. La tendencia que se mantuvo para superar la grave crisis alimenticia consistió, como había sucedido en el pasado y seguiría sucediendo en el futuro, la de aceptar una agricultura que tuviera como fundamento y estímulo para la producción al menos un cierto componente privado. Esta rectificación, por otro lado, se tradujo en una actitud generalizada de pragmatismo. Fue éste el momento en que Deng Xiaoping dijo que la agricultura privada era tolerable si suponía la ampliación de la producción y que "poco importa que un gato sea blanco o negro; lo que importa es que cace ratones". En este lema estaba en germen toda una evolución que, sin embargo, tardaría mucho en plasmarse en la realidad. El deshielo tuvo lugar también en otros terrenos como el de la cultura, teniendo como consecuencia la reaparición de la sátira, un género popular de larga tradición en la literatura china. Pero también en este campo mucho hubo que esperar hasta la consolidación de un cambio definitivo.